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CajaMike Rowe fue el presentador del popular programa de televisión Dirty Jobs para el Discovery Channel y la serie de CNN Somebody’s Gotta Do It, actuando como aprendiz de personas que realizan el trabajo práctico que mantiene la civilización en funcionamiento. Conversó con Susannah Black de Plough sobre su trabajo práctico, por qué la educación universitaria está sobrevalorada, y cómo encontró la redención en una alcantarilla de San Francisco.
Plough: ¿Qué se pierde si una persona joven no aprende un oficio?
Mike Rowe: Dominar un oficio te da un sentido de competencia, confianza y realización. Algo positivo sucede cuando te vuelves bueno en hacer un trabajo que tiene un principio y un final. Siempre supe cómo me iba cuando estaba haciendo Dirty Jobs, porque todo lo que tenía que hacer era mirar para ver mi progreso. Las personas que nunca aprenden un oficio no experimentan el beneficio de la constante retroalimentación, de saber siempre cómo lo estás haciendo.
¿Qué pasó para que tu enfoque parezca tan radical? ¿Por qué esto no es de sentido común?
En estos días todas nuestras convicciones se perciben binarias. Si abogo por una cosa, la gente asume que es porque estoy en contra de otra. Así que cuando digo que más gente debe aprender un oficio, a menudo piensan que «Mike está contra la educación universitaria». Por supuesto, eso no es cierto. Me opongo a las deudas innecesarias, y pienso que el costo de una carrera de cuatro años está fuera de control. Pero argumentar en favor de los oficios solo se percibe «radical» porque entra en conflicto con la creencia mantenida por años, de que una carrera de cuatro años es el mejor camino para la mayoría de la gente.
¿Cómo se arraigó esa creencia?
Es como la rana en el agua hirviendo. No sucede de la noche a la mañana. En la década de 1960 decidimos que las universidades necesitaban una campaña de relaciones públicas, y conseguimos una muy buena. Era la Guerra Fría, tratábamos de competir con la Unión Soviética, la automatización estaba en su apogeo. Miramos alrededor y dijimos: «Necesitamos más ingenieros, necesitamos grandes expertos que se metan a fondo en las cosas que se aprenden en la universidad». Así que fuimos a las escuelas preuniversitarias con un mensaje verdaderamente absurdo: «Si ustedes no van a la universidad, van a ser irrelevantes, se van a perder». Comenzamos a promover una forma de educación a expensas de otra. Convertimos la mitad de nuestra fuerza laboral en una señal de advertencia. Hicimos de las escuelas técnicas de oficios un premio de consolación vocacional. Suma unas cuantas décadas de representaciones estereotipadas en la televisión, y acabas con una abundancia de mitos y tergiversaciones que rodean una carrera en los oficios.
Muchos padres parecen empecinarse con la idea de que sus hijos vayan a la universidad. ¿Puedes hablarnos más sobre esa presión?
La creencia de que un título universitario es el mejor camino para la mayoría de la gente está profundamente arraigada, y se refuerza cada día de innumerables maneras. Hoy día, si un «buen padre» manda a su hijo a una «buena escuela», y el hijo acaba endeudado e infeliz, el padre —en su subconsciente— puede decir: «Bueno, hicimos todo lo que pudimos». ¿Pero lo hicieron? ¿Es realmente sabio asumir que pedir prestado (o prestar) cien mil dólares, para cursar una carrera en humanidades o bellas artes, es de verdad el mejor camino para la mayoría de la gente? Cerca de la mitad de los que se inscriben en una carrera de cuatro años no la terminan. Ingresan en la fuerza de trabajo sin ningún título y sin habilidades útiles. Sin embargo, se quedan con la deuda.
Los padres están sujetos a la misma clase de presión social que sus hijos. No quieren arruinar a sus hijos. Sus amigos están observando. Y por ello, cada año, miles de padres, bienintencionados y racionales en todo lo demás, permiten que sus hijos asuman un nivel de deuda que simplemente no pueden pagar. ¿Será por eso que el costo de la universidad ha aumentado más rápido que el costo de la energía, los alimentos, las propiedades y la atención médica? ¿Será por eso que tenemos $ 1,5 millones de millones de dólares en préstamos estudiantiles? Estamos prestando dinero que no tenemos, a chicos que no van a ser capaces de pagarlo, para educarlos en empleos que no existen. Mientras tanto, tenemos 7,3 millones de empleos disponibles, muchos de los cuales requieren capacitación, no un título. Probablemente es hora de resistir contra la presión.
¿A qué tipo de oficios usted estuvo expuesto cuando crecía?
Con excepción de mis padres, que fueron maestros de escuela, la mayoría en mi familia eran granjeros, pescadores, o gente con algún oficio. Mi abuelo, que vivía junto a nosotros, era un maestro electricista, uno de esos tipos que podía construir una casa sin usar un plano. Era un genio a su manera, y yo estaba decidido a seguir sus pasos.
¿Qué sucedió?
Por desgracia, los genes de la habilidad son recesivos, y aparentemente yo no los heredé. Me llevó mucho tiempo entender el mensaje de que no iba a ganarme la vida en los oficios, pero fue mi abuelo el que me dio una forma diferente de pensar las cosas. Me dijo: «Mira Mike, puedes ser un obrero calificado, simplemente consigue una caja de herramientas distinta». Tenía diecisiete años cuando comencé a interesarme en la música y la actuación. Auque al principio no me encantaban, aprendí que era bueno en ellas. Por lo menos, mejor de lo que era en construir cosas. Fue una valiosa lección: solo porque te gusta algo no significa que vas a ser bueno en eso, y solo porque no te gusta algo al principio no significa que no debas dedicarte a eso.
¿Cómo fue esa decisión de dedicarte a algo? ¿Cuál fue tu primer trabajo?
Participé en una audición para la ópera de Baltimore y conseguí mi tarjeta de afiliado. Eso me permitió hacer audiciones para papeles en televisión, incluyendo un muy raro pero muy instructivo empleo como presentador en el canal de compras de QVC. Esa experiencia cambió todo. Tres años después, había acumulado suficientes habilidades para anotarme en toda clase de trabajos. Me convertí en un presentador independiente crónico, y me encantó. Trabajé para muchas cadenas, presentando toda clase de programas distintos, y narrando cientos de documentales sobre la naturaleza. Si un cocodrilo estaba devorando un antílope que cruzaba el Serengeti, probablemente yo estaba contando la historia.
Pero, con el correr del tiempo, me fui desconectando poco a poco de las cosas con las que había crecido: de donde proviene la comida, la energía, el trabajo, la historia; y comencé a dar por sentado todas las cosas que valoraba cuando era niño.
Y luego, cuando trabajaba en la CBS en 2001, mi mamá me llamó y me dijo: «Tu abuelo tiene noventa años y no va a vivir para siempre. Sería bueno si pudiera prender la televisión y verte hacer algo que parezca un trabajo». Ella tenía razón.
En ese tiempo estaba presentando un programa llamado Evening Magazine. Fui con mi jefe y le dije: «Mira, ¿por qué razón este programa siempre se tiene que presentar desde una bodega o una inauguración de teatro? ¿Por qué no puedo ir a una obra en construcción o una alcantarilla?
Me dijo: «Haz lo que quieras, Mike; de todos modos nadie está viendo el programa».
Así que presenté un episodio de Evening Magazine desde una alcantarilla. Mi guía era un inspector de alcantarillado y, junto con mi camarógrafo, recorrimos agachados durante millas de suciedad indescriptible, y en el proceso aprendí muchas cosas sobre las alcantarillas. Era raro, divertido y fascinante. También me llené de cucarachas y me atacó una rata. En cualquier caso ese episodio, transmitido al aire una noche durante la hora de la cena, desató a todo el infierno. Algunas personas estaban molestas, obviamente, y llamaron para pedir mi despido inmediato. Pero otros —multitudes más— escribieron con invitaciones. Siempre era lo mismo: «Tienes que conocer a mi papá, mi hermano, mi tío, mi primo, mi hermana. Espera a que veas lo que ellos hacen». Estábamos mostrando trabajo, trabajo real que la gente real hace de verdad, y claramente existía un deseo por ver más.
En fin, después de diez años de actuar como presentador, comencé a actuar como un aprendiz. Vendí ese programa al Discovery Channel como Dirty Jobs, y así fue como me reconecté con el trabajo práctico. Pero comenzó con la llamada telefónica de mi madre.
Cuéntanos por qué comenzaste tu fundación.
Para el año 2008, Dirty Jobs era el programa número uno en la cadena Discovery. Creo que fue el programa número uno en la televisión por cable. Luego la economía comenzó a decaer. Los reporteros empezaron a pedirme que abordara toda clase de temas relacionados con el trabajo. Asumieron que yo podría tener una opinión, y resultó que sí.
Todos los titulares hablaban sobre el desempleo. Pero dondequiera que íbamos veía letreros que solicitaban trabajadores. Así que pensé que podría haber otra historia en el país, una historia de las oportunidades desperdiciadas porque no existían suficientes trabajadores capacitados para aprovecharlas. ¿Por qué nadie hablaba de eso?
Comencé a escribir sobre cosas que los que hacen trabajos sucios saben, pero no el resto de nosotros. Comencé a hablar de las frustraciones de los empleadores que no podían atraer a trabajadores calificados para buenos empleos que nadie quería.
Así que mi fundación, mikeroweWorks, comenzó como una campaña de relaciones públicas en pro de oportunidades en los oficios calificados, y se convirtió en un fondo de becas. Hemos dado entre cinco y seis millones de dólares en «becas de ética de trabajo» a personas que quieren aprender una habilidad o dominar un oficio. Busco candidatos calificados que demuestren la clase de ética de trabajo que todos queremos fomentar, y hago lo que puedo para ayudarlos.
¿Cuáles son las cosas que los que hacen trabajos sucios saben pero no el resto de nosotros?
Saben que si todos ellos llaman para reportarse enfermos durante una semana, la civilización se descarrila. Eso es algo que la mayoría de la gente pierde de vista: la civilización es frágil. Y el conocimiento de que ellos son esenciales crea un espíritu, algo que es inconfundible. Shakespeare lo dijo: «Somos pocos, pocos felices, somos una banda de hermanos». Encuentro esa mentalidad entre los trabajadores de la construcción, los recolectores de basura y en las plantas de las fábricas. Saben que las ruedas se desprenderían, si dejan de hacer su trabajo.
Lo que sorprendía a la gente de los que hacían trabajos sucios era lo bien que la estaban pasando: estaban realizándose. Como grupo, no decían: «Sigue tu pasión». En general, las personas que presentamos en el programa entendían que la pasión es demasiado importante para «seguirla», por eso traen su pasión con ellos.
Hoy día, por otro lado, le decimos a nuestros hijos que el secreto de la satisfacción en el trabajo es identificar primero lo que les hace felices y luego hacer lo que sea necesario para lograrlo. Les animamos a pedir prestado lo que sea necesario para conseguir el «trabajo soñado», como si el trabajo fuera lo que determina su felicidad. Es lo mismo que le decimos a la gente para encontrar a su pareja ideal. La idea de que solo hay una persona para ti, y si solo pudieras encontrar a esa persona, entonces serías feliz. Eso rara vez funciona en el romance, y rara vez funciona en el mundo del trabajo.
Con Dirty Jobs, presentamos al público a personas que ganan salarios de seis cifras al año limpiando fosas sépticas. Personas apasionadas por lo que hacen, aunque terminen cubiertos del excremento de los demás. Cuando les pregunto a estas personas: «¿Cuál es el secreto de la satisfacción en el trabajo?», la respuesta nunca es: «Seguí mi pasión hasta la fosa séptica». La respuesta siempre es: «Bueno, vi alrededor y dije: "¿Qué se necesita hacer en el trabajo? Oh, aquí hay una oportunidad". Luego me las arreglé para ser bueno en eso, y finalmente cómo disfrutarlo». Esa es la diferencia entre traer contigo tu pasión en lugar de solo seguirla.
La mayoría de la gente que he conocido, que son apasionados en lo que hacen, no siguieron sus sueños. Aprovecharon la oportunidad, dominando una habilidad útil y luego llegaron a amar su trabajo, generalmente después de que lograron ser buenos en ello. Es una combinación: habilidad, ética de trabajo, saber quién eres, y saber que lo que estás haciendo es realmente un aporte. Todas estas cualidades hacen a la gente feliz. En Dirty Jobs, conocí a mucha gente feliz.
¿No es este enfoque que está promoviendo más común en Europa y otros lugares que en Estados Unidos?
Así es. En Alemania, por ejemplo, y en Suiza y Corea del Sur, existe un fuerte sentido en la cultura de que los trabajos vocacionales son verdaderamente con aspiraciones. Esa es la diferencia clave, una definición fundamentalmente distinta de lo que significa un «buen trabajo», junto con un gran entusiasmo por los programas de aprendices y las escuelas vocacionales. Eso no quiere decir que nosotros no tengamos excelentes escuelas vocacionales, como Williamson College, New York Harbor School, Dubiski Career High School (a las afueras de Dallas), y muchas otras; escuelas de oficios que te enseñarán soldadura y electricidad. El problema son las relaciones públicas. La mayoría de los padres no saben ni siquiera que existen esas escuelas.
Hablas mucho del trabajo de soldadura.
Eso es porque la sociedad se mantiene unida con soldadura; son el tejido conectivo. Sin soldadura todo se viene abajo. Hace unos cuatro años, una mujer solicitó una beca de ética de trabajo en soldadura. Logramos que se capacitara, encontrara un trabajo y, seis meses después, me envió un tubo por correo. En realidad eran dos pedazos de tubo perfectamente soldados entre sí. Se me ocurrió que cuando alguien te manda un tubo por correo, con una soldadura perfecta y una bonita nota de agradecimiento, quizá estás haciendo algo bien.
¿Sería justo decir que tu trabajo es sobre el deseo de reconectarnos con el mundo físico?
No te puedes reconectar hasta o a menos que primero te des cuenta de que te has desconectado. Eso fue lo que me pasó a mí. Con el tiempo, me volví cada vez más desconectado de muchas cosas que me interesaban cuando era niño en los Boy Scouts. Los primeros episodios de Dirty Jobs me llamaron la atención sobre esas cosas.
Si el programa tiene un propósito mayor es el de recordarle a la gente que los trabajos de cuello azul (obreros) y los de cuello blanco (profesionistas) no son opuestos. Son dos lados de la misma moneda. De igual manera, la disparidad de habilidades y la falta de capacitación no es un misterio, sino un reflejo de lo que valoramos y de lo que no valoramos.
En 2016, recibí un montón de llamadas cuando Marco Rubio dijo, durante un debate presidencial, que necesitamos más soldadores y menos filósofos. La gente me decía: «Oye, este está en tu misma onda». Y yo les dije, en realidad no. No se trata de uno o el otro. Lo que necesitamos es más soldadores que puedan discutir sobre Kant y Descartes, y necesitamos más filósofos que puedan hacer una soldadura perfecta y reparar un grifo que gotea.
Traducción de Raúl Serradell
Mike Rowe es presentador de televisión y activista que promueve los oficios manuales y técnicos.