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CajaEl Comandante y el Rey
Un veterano pastor cubano revela cómo el fiel testimonio cristiano apaciguó la política de Fidel Castro acerca de la religión y abrió el camino para la construcción del reino en la isla comunista.
por Raúl Suárez
lunes, 05 de junio de 2017
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Durante los cincuenta y ocho años después del triunfo de la Revolución Cubana, el reino de Jesús ha seguido avanzando en Cuba. Como pastor de una iglesia cubana a lo largo de estas décadas que no eran siempre fáciles, yo debería saber. Déjame contarte mi historia.
Yo nací en un pueblecito en la costa norte de Cuba donde la vida giraba alrededor de la producción de la caña de azúcar. El trabajo de mi papá era cortar caña; esa labor duraba 3 o 4 meses como máximo y el resto del año prácticamente no había trabajo. La situación familiar era muy difícil. Éramos diez hijos más papá y mamá —¿cómo alimentar a esa familia? El resultado era que comenzábamos la escuela y cuando estábamos en segundo o tercer grado, mi papá ya nos decía: «No más escuela». Las niñas generalmente iban a trabajar en la casa de un latifundista en la limpieza, la cocina, y también lavaban. Les pagaban muy poco. Los varones tenían que trabajar en el campo; ayudábamos a papá, pero no ganábamos nada. La pobreza y miseria marcaron las vidas de todos nosotros, pero podíamos vivir entre todos. Mi papá tomaba bastante y este ejemplo nos incitó a casi todos elegir el camino de evadir la realidad con el alcohol.
Cuando cumplí once años me mandaron a una familia en el campo. Después de tres años regresé al pueblo en busca de trabajo. Vendí vegetales en una carretilla. Tenía mucho odio, mucha tristeza; estos sentimientos detonaron mis deseos de ahogar aquella situación desesperante en la bebida. Una noche en diciembre de 1952, cuando fui a dormir, empecé a llorar mucho porque estaba muy disgustado con la vida que estaba llevando. No tenía ninguna idea de cómo orar, entonces casi ahogado en llanto, empecé a repetir un versículo bíblico que había aprendido una vez: «Dios, crea en mí un corazón limpio y renueva mi corazón, pon en mí un espíritu de justicia». De pronto yo sentí algo distinto en mi vida, no podía entender lo que era. Ese fue el momento cuando apareció Jesucristo en mi vida. Esa noche por primera vez, no dormí borracho, por primera vez tuve un sueño tranquilo.
Comencé a asistir a los cultos de una iglesia y a los cinco meses me bautizaron. Un día vino un pastor a predicar acerca de la vida nueva que Dios nos da. Yo dije, «quiero ser pastor». Aunque era casi analfabeto, con la ayuda del pastor y su esposa, no solamente pude aprobar el preuniversitario, sino que también ingresé en el seminario con apenas 17 años.
El seminario estaba unido a los bautistas del sur de los Estados Unidos, y por eso mis profesores eran casi todos norteamericanos. Por su influencia, poco a poco me iba quitando una cosa y me iba entrando otra. No me interesaba lo que pasaba en Cuba, en el campo de la sociedad, la política, y la economía, porque no había tampoco interés por parte de ellos. Entonces en enero de 1959, estando yo en el seminario todavía, triunfó la revolución. Este hecho no se podía pasar por alto. Desde aquel momento comencé a interesarme por las transformaciones que llevaba a cabo el nuevo gobierno, en beneficio de los más desfavorecidos.
La vida de un cristiano no solo es estar metido en la iglesia.
Mi esposa Clara y yo servimos nueve años en Colón como pastores. Yo no tenía la edad requerida para el servicio militar pero mientras estuvimos allá, fui reclutado a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Se suponía que esta experiencia equivalía al servicio militar, pero resultó ser trabajo forzado en el campo para los cristianos, criminales, objetores de consciencia al servicio militar, hombres homosexuales y todos aquellos a quienes la sociedad los calificaba como gente perversa. La experiencia que tuve me hizo pensar, porque allí no había púlpito ni iglesia y yo no dejé de ser cristiano. En 1968, el gobierno suspendió el sistema de UMAP y yo regresé a la casa donde estaban Clara y mi hijo Joel y mi hija Raquel recién nacida.
Aunque muchos cristianos se fueron del país, Clara y yo vimos que la revolución logró muchas cosas buenas. No podíamos decir, «todo es malo y me voy del país». No; teníamos que encontrar la manera de resolver las cosas malas. La vida de un cristiano no solo es estar metido en la iglesia. Si queremos que cambien las cosas, hay que meterse donde están los problemas y trabajar sin tener que pertenecer al partido comunista, sin ser político, sino ser cristiano. En este tiempo yo leía la Biblia de una manera distinta. La Biblia dice ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo y ustedes son la levadura que se le pone al pan. La levadura es para que el pan sea suave. Si tú no le pones levadura al pan, lo que tienes es un trozo de piedra. Cuando Cristo dice «ustedes son la levadura», lo que quiere decir es que somos un elemento para transformar la sociedad.
«Comandante, quítese la gorra»
En 1971 llegué a ser el pastor de la Iglesia Bautista Ebenezer de la Habana. En aquel entonces se enseñaba el ateísmo científico en las universidades cubanas. Había discriminación hacia los cristianos y se nos prohibía servir en el gobierno y ciertas profesiones, incluso la educación. También era muy difícil que un cristiano pudiera aspirar a un cargo mejor en un centro de trabajo y la iglesia no podía estar en la sociedad.
En junio de 1984, Fidel Castro invitó al Reverendo Jesse Jackson, quien en este tiempo aspiraba a la presidencia de los Estados Unidos, a visitar a Cuba. Jackson quiso que no fuera solo Fidel quien lo invitara, sino que alguna iglesia en Cuba también lo hiciera, así que nosotros, por el Consejo de Iglesias, lo invitamos. Fidel invitó a Jackson a hablar en la universidad. Después vinieron todos con Fidel hasta la puerta de la iglesia.
Nosotros estábamos celebrando el culto ese día. Pensamos que Fidel solo iba a traerlos para después irse. Pero la sorpresa nos llegó cuando uno de sus guardaespaldas dijo «Comandante, quítese la gorra, que va a entrar a la iglesia». Él entonces se quitó la gorra y cuando entró se detuvo, me puso el brazo por encima y me dijo: «Fíjate, yo no sé nada, yo nunca he estado en una iglesia de ustedes, solo en la iglesia Católica. Así que tienes que sentarte al lado mío para cuando haya que hacer algo yo te pregunto, y tú me digas que debo hacer». Yo le dije «está bien, haga lo que yo le vaya diciendo», y entramos juntos.
Después un cristiano joven que acompañaba a Jackson, le dijo a Fidel: «Usted tiene que decir unas palabras». Me dijo, «¿qué hago?». Yo le respondí, «bueno, usted no tiene que predicar, solo dé un saludo». Habló unos 5 minutos. Todo se estaba transmitiendo por la televisión. Mientras Fidel hablaba, había una Biblia abierta en el púlpito delante de él y detrás una cruz encendida.
Yo le escribí una carta a Fidel donde le daba las gracias y le pedí reunirnos con él. Por lo que yo sé, esta fue la primera reunión que nosotros tuvimos. Allí fue que el Consejo de Iglesias redactamos un documento en el que le dijimos todo lo que estaba mal. Conversamos las reclamas con Fidel, y al final él dijo: «Yo sé que algunos de ustedes no toman, pero yo quiero hacer un brindis. Es suave —era el daiquiri—; si alguno de ustedes no bebe, se moja nomás». Entonces brindó y dijo: «Hagamos un compromiso: de ahora en adelante ustedes trabajen para que las iglesias comprendan lo que nosotros estamos haciendo a favor del pueblo, y yo me comprometo a trabajar entre la gente mía para que los comprendan a ustedes». Cuando él dijo esto, todo el mundo brindó; era como decir ¡amén!
Hubo cambios sustanciales a partir de este encuentro. El gobierno eliminó ciertas disposiciones en la constitución y se redactaron disposiciones nuevas que garantizan la libertad religiosa, no solo para nosotros sino para todos los grupos religiosos. Antes apenas entraban Biblias a Cuba, y hoy entran 100 mil o 200 mil Biblias al año.
En 1990, Fidel fue a la toma de posesión del Presidente de Brasil. Cuando Fidel llegó allá, algunos cristianos que tenían alguna simpatía con Cuba lo invitaron. «Si en Cuba hubiera cristianos como ustedes —él dijo— pudieran estar en el partido». Esto salió en el periódico. Clara y yo lo leímos y no nos gustó. Como si en Cuba no existieran cristianos que hicieran cosas. Entonces le hicimos una carta. Cuando llegó de Brasil me llamó enseguida y me dijo: «Reúne a veinte cristianos que vamos a hablar de la carta que me hiciste».
Cuando nos reunimos, leímos pasajes de la Biblia a Fidel, y cantamos himnos. A partir de ese momento el partido cambió los estatutos y se eliminó el ateísmo como un requisito para pertenecer a sus filas. Quedó por fin abierta la posibilidad de ser miembros del partido para aquellos creyentes que estaban a favor de su programa. Nosotros nunca hemos pedido ser parte del partido, no somos del partido, pero hay mucha gente de la iglesia en él. Además de esto se enmendó la Constitución de la República, se quitó todo lo que promovía un estado ateo y se precisó el derecho que tiene todo ciudadano a tener creencias religiosas y practicar la religión de su preferencia.
Un tiempo después surgió una nueva ley electoral. Fue entonces cuando la Unión de Trabajadores Cubanos del barrio me pidió ser su candidato a la Asamblea Nacional. Yo pedí un tiempo para decidir. Hablé con mi familia, con Clarita, con la iglesia, y con los vecinos. Finalmente, dije que si me aceptaban como pastor, yo también aceptaba. No hubo ningún problema. Llegó el día de las elecciones, y saqué el 94% de los votos. Desde ese momento, soy miembro de la Asamblea.
La prosperidad verdadera es la vida abundante es Jesucristo.
Yo no gano un centavo por esto. Estoy allí porque soy pastor y cristiano, porque no tengo miedo de trabajar con otra gente que piense de una manera distinta. Nunca he salido de una sesión sintiendo la necesidad de pedirle perdón a Dios por algo que yo haya dicho o porque haya estado allí. Yo pido perdón por otras cuestiones, pero siempre que he hablado, he orado antes de hablar, y he hablado en casi todas las reuniones. He defendido a menudo la causa de Cristo allí. Hay cristianos que no entienden o no están de acuerdo con mi decisión. Pero uno tiene que estar primero de acuerdo con su corazón y su conciencia. Y eso me ha permitido llegar hasta aquí como cristiano, sin dejar de estar también en la Asamblea.
¿Cuál será el papel de la Iglesia en el futuro de Cuba?
Cuando vino el Presidente Obama en 2014 dio un discurso para venderlo al cubano el capitalismo. Pero Cuba no renuncia a ser una sociedad socialista. La mayoría de los cubanos no tienen intención ninguna de salirse del proyecto original de la revolución de construir una sociedad sobre los valores comunitarios. Raúl Castro dice: «El pueblo me eligió no para destruir el socialismo, sino para salvarlo». Ahora bien, ¿de qué socialismo habla Raúl Castro ahora? Lo defina como un socialismo próspero, próspero en el sentido que las necesidades del pueblo de una manera creciente se satisfagan. Que la gente gane para que viva mejor.
Inmediatamente que él anuncio esto, nosotros discutimos ¿qué ensena la Biblia sobre la prosperidad? Allí encontramos que la prosperidad verdadera es la vida abundante es Jesucristo. Que las personas espiritual y materialmente vivan con calidad de vida; que la gente con su trabajo y su creatividad puedan ganar para sustentar su familia de una manera próspera. En la iglesia nuestra, que no haya necesitado. Una iglesia donde algunos se bañan todos los días, tienen ropa buena, tienen buena comida, y que haya en la misma iglesia personas que no pueden vivir en el invierno porque no tienen con qué abrigarse y la comida es escasa, no es la voluntad de Dios.
El Sermón de la Montaña es el modelo a seguir en la creación de comunidades dispersas, pero unidas, por todas partes.
Están sufriendo muchos ancianos cubanos en este momento; la tarea de le iglesia es involucrarse para mejorar la situación. Otra tarea imprescindible es cómo educar los niños. Debemos lograr la formación de una niñez sobre valores comunitarios y desde el punto cristiano que logren aceptar la buena noticia de Cristo, que es una buena noticia de liberación integra: no solo es liberación de que perdonen mis pecados sino también un cambio de mentalidad para dejar al egoísmo unirse a otros. Cantar himnos, leer la Biblia, oración, oír predicación, todo esto es bueno; pero la tarea es la formación del valor de la comunidad, del valor a vivir no solo egoístamente.
La muerte de Fidel Castro el 25 de noviembre de 2016 tocó hondo en los sentimientos del pueblo cubano. Aunque algunos en el exterior lo demonizaron, él fue el principal autor de las grandes conquistas sociales que han caracterizado a nuestro pueblo en el logro de niveles de vida jamás solucionado en el pasado. Él seguirá siendo una fuerte inspiración frente a los retos y desafíos del futuro inmediato. Gracias a todo lo que hemos vivido después de la revolución, la cultura cubana está atravesada por un hilo ético, moral, espiritual que incide en la vida social y política del pueblo. Cuidar este legado, es la tarea permanente para todos los que amamos un proyecto de sociedad mucho más justa y humana.
A fin de cuentas, Fidel no inventó estas ideales. Desde el principio del cristianismo, esas le han sido integrales. En la Biblia aparece cómo las comunidades de la iglesia primitiva «tenía en común todas las cosas» y repartieron sus bienes «a todos según la necesidad de cada uno» (Hch 2:44-45). Eberhard Arnold, quien fundó la comunidad Bruderhof en 1920, fue un convencido de que es posible lograr una comunidad hoy donde sus integrantes sean «una sola alma y un solo corazón» y que en esta sólida convivencia no haya necesitados.
Esta visión lo llevó a tener la convicción de que la propiedad privada era la raíz de todos los males de la sociedad moderna. Desde un principio, su visión pastoral fue construir una comunidad productiva que sería las mismas buenas nuevas a los desposeídos y oprimidos: las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los esclavos. Tanto como en el sermón de Pedro en Pentecostés denunció de aquella «generación adúltera y perversa», tal comunidad, si es auténtica, repudiaría por su misma existencia, los poderes de pecado, desigualdad e injusticia en la sociedad dividida en clases.
He impreso una edición en español del libro de Arnold, La revolución de Dios: justicia, comunidad y el reino venidero, y lo he distribuido a iglesias en todas partes de Cuba. En él, Arnold recupera la trascendencia de la oración: «Venga tu reino, y hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo», y la observación a sus discípulos que «el reino de Dios entre vosotros está»(Lc 17:21). Sin embargo, Arnold también dice otra cosa muy importante que la iglesia en Cuba y los seguidores de Jesús no podemos olvidar: El reino de Dios no se reduce ni se agota en sistema político, económico social alguno. Al igual que enseñó la iglesia primitiva, debemos realizar y observar «semillas del Verbo», signos del reino que se van dando en la historia, aunque su plenitud nos espera en el futuro de Dios. De esta manera somos llamados a trabajar con «hambre y sed de justicia», por ese gran día en nuestro aquí y ahora.
Para nosotros los cubanos y cubanas, como pueblo, empeñados en buscar un nuevo modelo económico, el proceso de continuidad desarrollado en la historia de este movimiento comunitario, el Bruderhof, es un incentivo a ser fieles, y sobre todo, mantener a través de los esfuerzos que hagamos, los valores comunitarios para que no haya espacio alguno, por muy pequeño y sutil que sea su apariencia como el consumismo, el individualismo, la maximización de la ganancia, el despilfarro y el deterioro de la creación de Dios. Sin duda, son las peores causas que han conducido a la humanidad al borde de la catástrofe ética moral y espiritual que ha puesto en peligro la vida en nuestro planeta.
Finalmente, en estos tiempos donde todo parece indicar la victoria del mal sobre el bien, de la muerte sobre la vida, la letra sobre el espíritu, el intramurismo eclesiástico sobre la integridad de la creación, debemos volver a las fuentes del movimiento de Jesús de Nazaret. Debemos replantearnos el modelo de iglesia que se ha ido formando a partir del Constantino: una iglesia imperializada y un imperio cristianizado, pero sin la esencia de las comunidades creadas por Jesús. El Sermón de la Montaña es el modelo a seguir en la creación de comunidades dispersas, pero unidas por todas partes, para continuar construyendo, en el contexto específico donde nos ha tocado vivir, la iglesia-comunidad como el signo visible de la comunidad amada que nos espera en el futuro de Dios. En esta tarea como diría el doctor Martin Luther King Jr. «El universo moral está de nuestra parte».
Este artículo se basa en entrevistas realizadas por Susan Arnold, el 1-7 de junio de 2016 y el 4 de enero de 2017.
Raúl Suárez es pastor bautista, fundador y exdirector del Centro Martin Luther King en la Habana, y miembro de la Asamblea Nacional de Cuba.