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Caja¿Martin Luther King fue un socialista?
por Brandon M. Terry
lunes, 17 de enero de 2022
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El icónico filósofo público tiene mucho para enseñar a los radicales y visionarios actuales, sean cuales sean sus ideas políticas.
En la actualidad el socialismo en Estados Unidos busca reconstruir un movimiento que ha pasado décadas en los márgenes políticos, y comprensiblemente intenta afianzar esta misión en luchas previas por la libertad. Entre estas, pocas tienen más para ofrecer en materia de autoridad moral e importancia política que el movimiento por los derechos civiles y su principal filósofo público, Martin Luther King Jr.
Según esto, se ha vuelto un gesto cada vez más común (y bienvenido) recordar a las audiencias el “radicalismo” de King, en contra de su imagen de figura anodina de consenso. Sin embargo, con demasiada frecuencia se recitan sus denuncias al racismo, el militarismo y el materialismo como un catecismo repetido de memoria. Así, la amplitud completa de su visión va cayendo en el olvido. Esto es una lástima y una oportunidad perdida. El legado de King en lo referente a la filosofía pública tiene mucho para enseñar a todas las partes; a los socialistas que lo reivindican y también a sus adversarios.
¿Un rojo secreto?
Hasta hace poco, el asunto del radicalismo de King permaneció en su mayor parte en el dominio de un puñado de académicos y de la izquierda cristiana. En tanto esto significó una pérdida en términos de historia intelectual, irónicamente también representó una especie de victoria: marcó el final de una escaramuza de la época de la Guerra Fría, que intentaba determinar si King era un subversivo socialista, incluso posiblemente un verdadero “rojo” que conspiraba con la Unión Soviética.
Tras el asesinato de King, hubo una tregua con respecto a su presunto socialismo y eso le permitió ingresar en el panteón de los héroes estadounidenses, así como ser ritualmente homenajeado por el estado. Pero el camino hacia la canonización de King fue empinado y dio como resultado una comprensión más limitada de sus ideales y de aquellos del más amplio movimiento por los derechos civiles.
A lo largo de la vida de King, su supuesto socialismo fue una obsesión en el ámbito de la seguridad nacional estadounidense, alimentada por J. Edgar Hoover, director del Buró Federal de Investigaciones (FBI). Hoover, enemigo implacable de la agitación política por la causa de los negros, también se valió del FBI para socavar a figuras como Marcus Garvey, Claudia Jones, W. E. B. Du Bois y Paul Robeson. Ciertamente, el director no hizo aparecer de la nada sus sospechas acerca de King y el comunismo. Ya en la época del boicot de autobuses de Montgomery (1955-56) King se rodeó de asesores que habían dado sus primeros pasos en los círculos de izquierda, tales como Bayard Rustin, el activista en pro de la paz y socialista abiertamente gay. Desde el punto de vista de Hoover era incluso peor que King se apoyara tanto en las proezas recaudatorias, la sagacidad para escribir discursos y la compañía intelectual de Stanley Levison, quien, según el FBI había “advertido” a King, también era un recaudador productivo para el Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA). El hecho de que King no se distanciara de Levison a pedido del FBI enfureció a Hoover.
La insistencia de Hoover acerca de que King era un comunista, o al menos un comunista ingenuo, le sirvió para justificar su vigilancia ilegal, el sabotaje y el acoso a los que lo sometió con la aprobación de las administraciones Kennedy y Johnson. Cuando los agentes no podían aportar pruebas claras del comunismo de King, Hoover les ordenaba que buscaran con más ahínco. Como buenos burócratas, fabricaban los resultados esperados. Después de haber sido regañado por Hoover, William C. Sullivan, director del Servicio de Inteligencia Nacional, entregó su vil informe sobre la Marcha a Washington de 1963: “A la luz de su potente discurso demagógico de ayer, creo que King destaca sobre todos los demás líderes negros juntos, en lo que respecta a influir en las grandes masas de población negra. Debemos señalarlo ahora, si no lo hemos hecho antes, como el negro más peligroso en el futuro de esta nación desde el punto de vista del comunismo, los negros y la seguridad nacional”.
Resulta irónico que, al final, King tuvo más impacto en Levison y en el movimiento comunista que viceversa. En tanto el FBI no podía imaginar que los intelectuales negros influyeran en los blancos, parecía que, cuanto más cerca estaba Levison de King, más desilusionado se volvía con el comunismo oficial y el CPUSA. King y la emergente revolución por los derechos civiles se volvieron el núcleo de sus esperanzas para las políticas de emancipación.
A pesar de que la vigilancia del FBI sobre King se había iniciado como una medida anticomunista, también reflejaba la convicción de Hoover acerca de que King era un hipócrita moral y un “degenerado” sexual. De hecho, la investigación del FBI terminó enfocándose tan incesantemente en el sexo, que quizá este sea su legado más perdurable. Unas denuncias recientes hechas por el periodista David Garrow y basadas en memorandos desclasificados del FBI acusan al insostenible sexismo de King —del que he escrito ampliamente con la teórica feminista Shatema Threadcraft1— de haber tenido más manifestaciones inquietantes que las conocidas hasta el momento. Sin embargo, según han argumentado algunos historiadores como Barbara Ransby, relatos como el de Garrow, que se basan en anotaciones anónimas de agentes del FBI, sin fundamento ni verificación, deben ser considerados con un “sano escepticismo”. El FBI no solo era sencillamente inepto, sino que su director y su equipo compartían una clara misión: destruir el radicalismo negro.
Pero ¿era King un “radical” en el sentido socialista? Jesse Helms, el legendario racista republicano de Carolina del Norte, sin duda lo creía. En 1983, durante el debate para instaurar un feriado nacional en recuerdo de King, Helms lo denunció en el recinto del Senado como partidario de la “política oficial del comunismo” y del “marxismo orientado a la acción”. Las palabras de Helms fueron ampliamente denunciadas por sus colegas del Senado, pero la reacción del presidente Ronald Reagan fue más evasiva. Cuando se le preguntó si creía que King había simpatizado con el comunismo, el presidente se refirió así a la futura desclasificación de las grabaciones secretas del FBI: “Bueno, lo sabremos en unos treinta y cinco años, ¿no?”
Un legado polémico
Han pasado treinta y cinco años desde que Reagan pronunció esas palabras. Aun así, el debate acerca del socialismo de King todavía provoca una gran cantidad de comentarios hechos en privado y transmitidos a través de registros de archivo o de entrevistas de segunda. Entre los más citados están las declaraciones off-the-record según las que, al final de su vida, King disertaba en encuentros de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano (SCLC). Por ejemplo, durante un retiro en Carolina del Sur, en 1966, King insistió en que “algo está mal en el capitalismo”, defendió las formas de socialdemocracia escandinavas y argumentó que debía darse “un paso hacia el socialismo democrático”. En 1967, en su discurso anual a la SCLC, King declaró que el movimiento por los derechos civiles necesitaba “abordar el asunto de la reestructura de toda la sociedad estadounidense”. Para King, el hecho de que una sociedad próspera tuviera cuarenta millones de ciudadanos en situación de pobreza no solo significaba “plantear una cuestión acerca del sistema económico, acerca de una más amplia distribución de la riqueza”, sino “cuestionar la economía capitalista”, la propiedad del capital y el fracaso de los mercados en satisfacer las necesidades básicas. Quizá lo más conocido fue que William Rutherford, un aliado de la SCLC, informó que King le dijo en privado: “Es obvio que debemos tener alguna forma de socialismo, pero nuestro país aún no está preparado para escucharlo”.
Declaraciones así han respaldado la afirmación de que King se radicalizó en sus últimos años. Sin embargo, hay pruebas de la continuidad de las ideas de King en asuntos como la justicia económica que pueden rastrearse hasta la década del cuarenta. En unos escritos de seminario no fechados y pertenecientes a ese período, King predijo que “ya ha pasado el tiempo del capitalismo en Estados Unidos y no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo… ha fracasado en satisfacer las necesidades de las masas”. En una carta de amor dirigida a Coretta Scott en 1952, King escribió: “En mi teoría económica soy mucho más socialista que capitalista”. Y agregó: “Sin duda celebraré el día futuro cuando exista una nacionalización de la industria”.
Sin embargo, hay dos dificultades principales referidas a confiar en declaraciones así que adjudican a King la condición de “socialista”. La primera es que King jamás habló al respecto en sus escritos públicos, a pesar de una carrera plena de declaraciones prudentes, meditadas y valientes acerca de una sorprendente variedad de asuntos. La segunda es que dichas declaraciones contienen pocos detalles en los que se desarrolle su relación con las concepciones tradicionales de socialismo, incluyendo la abolición de la propiedad privada o el trabajo remunerado. Por ejemplo, en 1967 King reclamó que nos preguntáramos “¿Quién posee el petróleo?” o “¿Quién posee el mineral de hierro?”, pero en aquel momento no se expresó a favor de la propiedad colectiva de los recursos naturales ni de los servicios. Es difícil, por lo tanto, saber qué diferencia hay entre las opiniones de King y las de aquellos filósofos liberales como John Rawls, que preconizan la redistribución masiva del ingreso y los activos, y que se lamentó ante la influencia excesiva del afán de lucro y de la concentración de la riqueza en las sociedades capitalistas. Incluso si aquellos que consideran a King un socialista manifestaran con más claridad qué creen que implica el “socialismo” más allá de la distribución igualitaria y la preocupación por los efectos culturales corrosivos del capitalismo, las declaraciones de King no son lo suficientemente consistentes ni directas como para considerase concluyentes. No podemos demostrar que King era un socialista comprometido; ni podemos probar que no lo era.
El King radical está de regreso
Esta falta de evidencia decisiva no ha sido suficiente para desestimular el interés en King en tanto socialista. Su nombre aparece de manera prominente en la literatura socialista contemporánea, desde Esta vida de Martin Hägglund, una nueva exploración de las bases filosóficas del socialismo democrático, hasta From #BlackLivesMatter to Black Liberation de Keeanga-Yamahtta Taylor y Manifiesto socialista de Bhaskar Sunkara. Las publicaciones de izquierda tales como In These Times y Jacobin han publicado cantidades de artículos a pedido dedicados al lugar de King en la historia del socialismo. Bernie Sanders, senador autodefinido socialista y candidato presidencial, ha encauzado la iconografía de King al titular su más reciente libro Where We Go From Here recordando el manifiesto que King lanzó en 1967.
King creía que el capitalismo era “como un equipo de fútbol que va perdiendo en el último cuarto del partido e intenta todo tipo de tácticas para sobrevivir”.
Invocar a King satisface dos necesidades obvias de los socialistas del siglo XXI. En primer lugar, King combina una crítica feroz al racismo —incluyendo el racismo dentro de la izquierda— con una visión de la justicia económica indudablemente de izquierda. King jamás midió las palabras al referirse al papel del racismo en la desigualdad estadounidense, pero tampoco cometió el error de reducir todas las desventajas de la población negra a la discriminación racial. En lugar de eso, puso en primer plano factores más amplios de transformación económica y política pública. Esto supone una crítica al nacionalismo negro que es útil para los izquierdistas contemporáneos críticos de la llamada “política identitaria”. Vale la pena citar en detalle sus pensamientos al respecto expresados en Where Do We Go From Here: Chaos or Community? (1967):
Así como los negros no pueden alcanzar el poder político aisladamente, tampoco pueden acceder al poder económico a través del separatismo. En tanto debe haber un énfasis continuo en la necesidad de que los negros reúnan sus recursos económicos y retiren el apoyo del consumidor de las empresas discriminadoras, no debemos ser ajenos al hecho de que los mayores problemas económicos que enfrenta la comunidad negra solo serán resueltos a través de programas federales que involucren miles de millones de dólares. Un aspecto desafortunado acerca del Black Power es que da prioridad a la raza precisamente en un momento cuando el impacto de la automatización y de otras fuerzas han vuelto la cuestión económica igualmente esencial para negros y blancos… En suma, el problema de los negros no puede ser resuelto a menos que toda la sociedad estadounidense dé un nuevo giro hacia una mayor justicia económica.
En segundo lugar, King ofrece una fuerte réplica a aquellas voces que han tenido éxito en demonizar el socialismo como algo antiestadounidense y despectivo hacia la fe religiosa. Lejos de esta caricatura conservadora King desarrolló sus argumentos más radicalmente igualitarios y políticamente militantes situando su confianza en las escrituras cristianas y en la Declaración de Independencia. En el sermón de 1965, The American Dream, por ejemplo, King ofrece su abordaje del excepcionalismo estadounidense, y proclama que “de algún modo, Dios llamó a Estados Unidos a cumplir una tarea especial para la humanidad y el mundo”. Esta tarea, dice, exige que erradiquemos no solo el racismo, sino además el "sistema de clases” que “puede ser tan violento y malvado como un sistema basado en la injusticia social”.
Sin embargo, invocar a King puede ser tramposo, algo de lo que el senador Sanders se percató recientemente. En el foro presidencial “She The People” que se desarrolló en Houston, en abril de 2019, fue abucheado por mujeres negras debido a su respuesta anodina a una pregunta con respecto a combatir la ola de la violencia supremacista blanca: “En 1963 estuve en la Marcha a Washington con el Dr. King. Y —en tanto alguien que apoyó activamente la campaña de Jesse Jackson, y uno de los pocos funcionarios electos blancos que lo hicieron en 1988— he dedicado mi vida a la lucha contra el racismo y el sexismo y la discriminación en todas sus formas”. Hubo muchos factores en juego en la reacción de la audiencia, pero sin duda algo tuvo que ver la sensación de que el intento de Sanders para unir su socialismo a King tenía un sabor a oportunismo político.
Democracia de base
Para moverse más allá del cinismo y la confusión, convendría dejar de preguntar si King era o no un socialista y, en su lugar, preguntar qué puede enseñar King, el filósofo público, a los socialistas de hoy. Hay dos aspectos del pensamiento de King que parecen ser especialmente importantes para las actuales controversias en torno al socialismo: uno, su concepción de la democracia; y dos, su exigencia de una “revolución radical de valores”.
Sorprende cuán rápido las discusiones actuales acerca del socialismo “democrático” pasan por alto la práctica democrática de enfocarse en la política de redistribución pública. Al hacerlo, a menudo reducen el involucramiento de los ciudadanos comunes a votar y contribuir a las campañas electorales. Por ejemplo, el interés de Sanders en el socialismo democrático parece tratarse principalmente del método de redistribución (vía políticas electorales) y de una sensación de que la riqueza concentrada injustamente devalúa la ciudadanía democrática.
A pesar de que King es conocido como un activista por el derecho al voto, su más amplio pensamiento acerca de la democracia es dejado de lado. Sus reflexiones más originales están menos en la esfera de la política electoral formal que en la esfera de la acción democrática. King consideraba las asambleas masivas, el arbitraje público, los boicots, la desobediencia civil y la asociación civil como medios para profundizar y revitalizar la sociedad democrática, por encima y más allá de los actos de votar y legislar. Al narrar el fracaso de la Reconstrucción para propiciar la democracia multirracial, King advirtió de manera sistemática que los derechos civiles no debían ser tratados como logros permanentes, sino como bienes eternamente vulnerables, que necesitan ser defendidos y profundizados por la acción vigilante de los ciudadanos tales como el boicot, la protesta y la desobediencia civil.
Según King, uno de los objetivos de la política de estado debería ser expandir los espacios donde los ciudadanos se reúnen para intercambiar ideas y resistir la explotación y la dominación. Por ejemplo, en tanto King defendía el ingreso anual garantizado para los ciudadanos sobre la base de que así se respetaba la dignidad de las personas, también pensaba que podría jugar un rol potente en el fomento de la acción democrática. Un ingreso garantizado permitiría a las personas resistir la dominación de empleadores, burócratas y propietarios. Después de haber visto cómo algunos defensores del statu quo en el Sur negaban el empleo o prestaciones sociales de forma punitiva o ilegal a los activistas afroestadounidenses, King objetó enérgicamente el “poder político o burocrático descontrolado” a lo largo de todo el espectro de la vida social.
Para resistir ese poder, King defendió explícitamente algunas formas de organización política tales como sindicatos de bienestar social y de arrendatarios, consejos de arbitraje local y consejos escolares y de transporte. En 1967, King los describió como “nuevos métodos de participación en la toma de decisiones” que pudieran contribuir a una sociedad verdaderamente integrada en la que el poder fuera compartido de manera justa. Organizaciones así requieren la participación de los propios desfavorecidos para que su dignidad sea adecuadamente reconocida y responda a sus necesidades y perspectivas, y para castigar la humillación y la extralimitación burocráticas y arbitrarias.
Tales ideales, según King, jamás podían ser alcanzados solamente dentro de los límites de la política formal. Siempre debían estar complementados por tradiciones de protesta y por una participación cívica sostenida. La insistencia de King acerca de esto es una contribución importante hacia lo que el filósofo alemán Axel Honneth aborda como un fin objetivo decisivo del socialismo: “una estructura general de participación democrática” a lo largo de las esferas de la vida social. Este concepto de poder democrático distribuido no concuerda en esencia con ningún socialismo que, para perseguir sus objetivos, confíe en legisladores verticalistas y tecnocráticos y en burocracias. La visión de King no solo busca “romper el sistema”. Aborda el realce de la toma de decisión a lo largo de la gama de las principales instituciones como un imperativo moral y político.
Una revolución en valores
Significativamente, la participación democrática genuina en la sociedad también requeriría lo que King llamó “una revolución radical en valores”. King advirtió que el capitalismo estadounidense se ha impregnado de racismo, consumismo y militarismo, de formas que se han vuelto estructurales. “Una nación que mantenga a algunas personas en régimen de esclavitud por 244 años”, proclamó King en 1967, “los cosificará. Y, por lo tanto, los explotará… Y una nación que explote a las personas desde un punto de vista económico deberá tener inversiones extranjeras y todo lo demás, y deberá emplear su poderío militar para protegerlas. Todos estos problemas están interrelacionados”.
Para decirlo de un modo más contundente, el argumento de King considera las valoraciones del capitalismo estadounidense en esencia irracionales, autodebilitantes y peligrosas. Conducen a la guerra y a un mercantilismo rapaz, a la distribución irracional de la riqueza y el poder de la sociedad, y al trato a las personas —especialmente los pobres y los trabajadores racialmente estigmatizados— como cosas. Como tales, estos miembros precarios de la comunidad política tienen su destino determinado por consideraciones referidas a la eficiencia del mercado en lugar de a la igualdad moral.
Sin embargo, esta revolución en valores necesita fundamentalmente ser justificada por la democracia. “Si la democracia”, declaró King, “implica tener amplitud de intenciones, es necesario ajustar esta inequidad”. El modo que King tenía de enmarcar estos asuntos volvía claro para su audiencia que los valores del orden económico existente no eran ni naturales ni inevitables, sino, como W. E. B. Du Bois explicó en 1920, “estrictamente controlados” y no “asuntos sometidos a la discusión y a la determinación en libertad”. Du Bois imaginó el reemplazo de la oligarquía estadounidense por la “discusión libre y la determinación abierta de las reglas del trabajo y de la riqueza y de los salarios”. La democracia real, afirma, establecería las “fronteras científicas y éticas de nuestras actividades industriales… en control del público cuyo bienestar está guiado por dichas decisiones”. King se hizo eco de dicha visión cuando desafió “un sistema que ha hecho milagros de producción y tecnología para crear justicia”.
Si deseamos alcanzar la “revolución radical en valores” que King describió, debemos trascender el antirracismo simbólico y la retórica del radicalismo.
Según King, ningún principio emergente del capitalismo o del liberalismo podrían justificar la obscenidad de la pobreza endémica junto con la riqueza extravagante y el logro tecnológico. King condenó un orden así, en el que la política económica impone la privación y la degradación en los ciudadanos, incluso en medio de la opulencia, un orden “tan cruel y ciego como la práctica del canibalismo en el amanecer de la civilización”.
La vehemencia de King en este punto es instructiva. Teniendo en cuenta toda la ambición del Green New Deal o de las propuestas de acceso universal a la salud y el cuidado de los niños, es sorprendente cuán relacionadas están aún con la imaginación de los empeños de la clase media. Al final de su vida, King había ido mucho más allá de las medidas de la llamada Gran Sociedad y había declarado que “ha llegado el tiempo de que nos civilicemos a través de la total, directa e inmediata abolición de la pobreza”. El llamamiento de King a terminar con la pobreza (y con los asentamientos precarios) es un desafío incluso para los autoproclamados socialdemócratas de la actualidad, en la medida en que implica confrontar las causas históricas y raciales profundas de la desigualdad de la riqueza, así como repensar el orden legal existente en asuntos que van desde los derechos laborales hasta los límites metropolitanos. Los cambios radicales que estos objetivos exigen explican por qué King empleaba el lenguaje de la “revolución”, ya fuera que le otorgara o no a la palabra un significado socialista.
En 1951, mientras estaba en el seminario, King creía que el capitalismo era “como un equipo de fútbol que va perdiendo en el último cuarto del partido e intenta todo tipo de tácticas para sobrevivir”. “¿Cómo se llamará ese nuevo movimiento en Estados Unidos?”, se preguntaba y sugería que las secuelas del capitalismo podrían ser consideradas “socialismo, comunismo o socialdemocracia”. Finalmente, tales términos no importan mucho: “el punto es que tendremos un cambio definitivo”.
Casi setenta años más tarde, una confianza así en un futuro transformado suena como algo extraño, como si se tratara de una lengua extranjera. En la actualidad, aún vivimos en una nación que, al decir de King en 1967, está “atiborrada con dinero, en tanto a millones de sus ciudadanos se les niega una buena educación, servicios de salud adecuados, vivienda decente, empleo significativo e incluso respeto”. Si deseamos alcanzar la “revolución radical en valores” que King describió, debemos trascender el antirracismo simbólico y la retórica del radicalismo. Si tomáramos el ejemplo de King seriamente deberíamos permitirnos soñar en una escala a la altura de los desafíos catastróficos que enfrentamos, y quizá incluso imaginar una sociedad que —desde el punto de vista de los desheredados de hoy— verdaderamente merezca ser considerada una “democracia”.
Este artículo se publicó en inglés en 2019. Traducción de Claudia Amengual.
Notas
- Shatema Threadcraft y Brandon M. Terry. “Gender Trouble: Manhood Inclusion and Justice” en Tommie Shelby y Brandon M. Terry, eds., To Shape a New World: Essays on the Political Philosophy of Martin Luther King, Jr. (Cambridge: Harvard University Press, 2018).