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CajaDesde el año 2000, los granjeros australianos han sufrido el embate de sequías históricas e inundaciones provocadas por las lluvias. Las pasturas se han secado en las áreas afectadas y los granjeros se han visto obligados a sacrificar el famélico ganado ovino y vacuno. ¿Es posible que exista un modo diferente de practicar la agricultura, un modo que ayude a hacer prosperar la tierra en medio del cambio climático? En enero de 2019, Chris Voll, de Plough, conversó con Johannes Meier quien está a cargo de la granja de la comunidad Danthonia del Bruderhof, en Nueva Gales del Sur.
Los desafíos singulares de la agricultura australiana
Plough: En mayo de 2019, la comunidad Danthonia del Bruderhof celebra veinte años de su fundación. Cuéntanos acerca del descubrimiento que hizo la comunidad referido al mejor método para trabajar esta tierra, un método que aún está en marcha.
Johannes Meier: En 1999, el Bruderhof compró dos granjas vecinas en el distrito de las Mesetas del Norte en Nueva Gales del Sur, Australia. Es un área conocida por su agricultura y, al menos en teoría, se la considera bastante segura en lo que respecta a la lluvia. Dos familias y algunos solteros que vivían en Estados Unidos armaron sus bolsos y subieron a un avión de Qantas. Y así comenzó la comunidad Danthonia del Bruderhof.
Llegamos llenos de entusiasmo ¡e inexperiencia! Antes de hacernos cargo de la granja por nuestra cuenta, durante el primer año mantuvimos los servicios del gerente anterior. Como muchas granjas en el distrito, Danthonia había funcionado con una operativa mixta que implicaba crianza de ganado vacuno y ovejas de raza merino y cultivos estándar: cereales en invierno; alubias, sorgo, maíz y girasol en verano. Continuamos con los cultivos durante ese año y nos fue bien. Pero luego decidimos centrarnos en el ganado.
En esos años del comienzo, descubrimos por las malas lo costoso que es trabajar la tierra, incluso si el tiempo ayuda. Además de mantener los vehículos y las herramientas en funcionamiento, está el gasto en herbicidas, semillas, fertilizantes y demás. La primera esquila de nuestras ovejas cubrió el costo de los productos químicos y de la propia esquila, pero era evidente que las ganancias no iban a ser suficientes para mantener a una comunidad en crecimiento. A eso se sumaba que la granja estaba poniendo unas exigencias insostenibles a nuestros trabajadores en un momento en que también estábamos levantando construcciones y buscando los modos para relacionarnos con nuestro nuevo vecindario.
Así que, para proporcionarnos un ingreso, comenzamos un negocio de fabricación de letreros. Eso ha crecido bien, así que ahora podemos mantener a doscientas veinte personas que viven aquí juntas, en comunidad.
¿Por qué no sencillamente abandonar la agricultura?
Desde los tiempos de los pioneros, como Philip Britts, el modo de vida del Bruderhof siempre ha estado ligado a la tierra. Durante nuestras primeras cuatro décadas de vida comunitaria, la agricultura literalmente puso el alimento sobre la mesa. Desde entonces hemos ganado la mayor parte de nuestro dinero a través de la manufacturación. Así pues, el establecimiento de la comunidad Danthonia hace veinte años fue una oportunidad para conectarnos de nuevo con la tierra. A lo largo del tiempo fuimos adquiriendo propiedades adyacentes y llevamos nuestra área de agricultura a unas 2,225 hectáreas de las cuales quizá la mitad era pastura, un cuarto estaba destinado a cultivos y el resto, laderas arboladas y tierras agrestes apenas aptas para pastoreo.
Aun así, no lográbamos salir adelante. Nos redujimos y probamos con algunos modelos de uso corriente. Permitimos que algunos arrendadores criaran su ganado en nuestra propiedad a cambio de un pago. Durante unos años arrendamos la granja. Por supuesto, como después descubrimos, los arrendatarios naturalmente querían sacar de la propiedad tanto dinero como fuera posible, a menudo a expensas del terreno. En un par de años el sobrepastoreo dañó gravemente nuestra tierra.
Mi familia llegó a Danthonia en noviembre de 2004. Para entonces los efectos de lo que sería conocido como la Sequía del Milenio de Australia ya eran dolorosamente evidentes. La sequía se hizo más severa y continuó hasta el otoño de 2010. Nos hizo reflexionar profundamente acerca del modo en que cuidábamos nuestro terreno. Yo venía de Inglaterra, donde la lluvia suele ser más una molestia que una bendición. Era, por lo tanto, extremadamente raro descubrirme todo el tiempo mirando hacia el oeste y observando las nubes día tras día, mes tras mes, año tras año, a la espera del regalo de la lluvia. Cuando, una vez cada tanto, llovía, la tierra apenas respondía; tal era su pobre condición.
En 2007 vimos cómo nuestro arroyo se secó. Es un precioso arroyito, bordeado por sauces, que corre a través de un vasto terreno inundable en la base de Swan Peak, el famoso punto de referencia de Danthonia. Nunca olvidaré lo que significó ver cómo se secaban los pozos de agua saturados de algas, con peces muertos —percas doradas, bagres de agua dulce y percas de Murray, algunas de hasta ochenta centímetros— flotando con el vientre hacia arriba; las márgenes erosionadas y desmoronadas; ni rastro del caudal. En 2009 sucedió de nuevo, pero esa vez no hubo peces muertos. Se habían ido todos. Recuerdo que pensé: “Esto no está bien. ¿Qué estamos haciendo aquí?”
La prueba de la sequía nos guio hacia un arduo proceso de descubrimiento: ¿cómo recuperar nuestro terreno del abismo y devolverlo a su estado vital y saludable?
La Sequía del Milenio
¿La Sequía del Milenio realmente fue un hecho excepcional? ¿Acaso las sequías no son parte del clima australiano de siempre?
Eso es parcialmente cierto. No hay dudas de que es un medio duro y que uno debe planificar teniendo en cuenta las sequías y las inundaciones. Los granjeros en nuestra región te dirán que por cada diez años puedes calcular dos años extraordinarios, tres o cuatro entre razonables y mediocres y tres o cuatro de total fracaso.
Pero ahora, además del clima naturalmente variable de Australia, estamos lidiando con el cambio climático: las temperaturas promedio han aumentado notoriamente desde 1950 y ha habido un aumento incluso mayor en la frecuencia de los días que alcanzan temperaturas extremas. Eso, como es obvio, intensifica el desafío de la agricultura.
Es crucial tener presente que somos parte de una historia más larga. Australia es el hogar de la civilización ininterrumpida más antigua del mundo. Se cree que los primeros aborígenes australianos llegaron hace casi sesenta y cinco mil años. Si se compara ese lapso con el de un día, entonces los primeros colonos europeos —la Primera Flota que partió de Inglaterra y entró a la bahía de Botany en 1788— llegaron aquí hace menos de siete minutos.
Algunos de esos europeos llevaban unos diarios excelentes o hacían dibujos y pinturas de lo que encontraban. El país que describieron era dinámico y saludable, con pasturas naturales donde crecían trescientas o cuatrocientas especies de plantas. Esos europeos documentaron que, incluso cuando no había llovido durante tres meses, los sistemas de los valles mantenían un pasto verde y exuberante.
Sus registros muestran con claridad que las zonas fértiles no estaban limitadas a la franja costera. Describen un terreno hermosamente adaptado para beneficiarse del clima cíclico, con funciones únicas que le permitían capturar y almacenar el agua. Describían que la profundidad del mantillo alcanzaba los dos metros y presentaba unas grietas tan hondas que un hombre podía hundir en ellas un machete y todo el largo de su brazo, y aun así no llegar al fondo. Esa tierra era tan porosa que, incluso durante una sequía, las huellas de un solo vagón podían permanecer visibles en la pastura durante años.
Los exploradores se encontraron con un terreno que funciona de un modo distinto al europeo, cuyos extensos canales llevan las aguas excedentes hasta el mar. En lugar de esto, Australia tenía amplios terrenos inundables cubiertos por juncos de hasta tres metros y medio de altura, pantanos con pozos esporádicos, y correntadas en las que el agua se desplazaba ladera abajo a través de los valles. Algunos de estos sistemas ribereños tenían unos cuarenta kilómetros de ancho y una capacidad para cantidades de agua inmensas, que eran volcadas a los terrenos durante la sequía. Otros, como las marismas a lo largo del arroyo de Danthonia, eran más estrechos, pero cumplían la misma función en lo referido a la porosidad.
Jamás será suficiente el énfasis que se ponga en señalar la importancia de las plantas en estos sistemas. Los juncos y otras plantas diversas, de gran altura procuraban el agua para el terreno. Lamentablemente, los primeros europeos no lo comprendieron. Trajeron sus propios paradigmas: drenar los pantanos, abrir los canales para sus barcos, traer animales de duras pezuñas a pastorear a los valles, arar el mantillo y practicar el monocultivo.
Los resultados fueron catastróficos. En menos de diez generaciones, Australia ha visto una erosión y una desertificación masivas ocasionadas por la destrucción del funcionamiento de las áreas ribereñas y por las prácticas de agricultura que no tuvieron en cuenta la capacidad natural del terreno para retener el agua y mantener las sales a raya. Hoy estamos cultivando en el subsuelo, no en el mantillo. La diversidad natural vegetal y animal es una sombra de lo que era. Quedan pocas plantas de las que ayudan a retener el agua en el terreno, enlentecer su desplazamiento, esparcir la fertilidad a lo largo de los terrenos inundables y controlar las sales. Así que, cuando llueve, el agua fluye hacia el mar y acarrea con ella inimaginables toneladas de precioso mantillo.
Algunos podrían decir que estás pintando un panorama demasiado desolador. ¿La agricultura australiana está verdaderamente en crisis?
Solo puedo hablar desde la experiencia de los granjeros de esta parte, en la Australia oriental. Tal como se ha contado ampliamente en los medios, los granjeros están realmente luchando. Como resultado de la sequía, se han quedado con una cubierta vegetal escasa, el ganado está muriendo de hambre, los incendios han aumentado y el polvo vuela por todas partes. Muchos granjeros dicen que es la peor sequía en cien años. Han debido hacer una reducción drástica del número de animales y han estado alimentando a mano con heno y cereales durante el último año y un poco más.
Esta situación implica la ruina financiera para muchos. El hecho de que nuestras agencias gubernamentales hayan estado distribuyendo cientos de millones de dólares por concepto de ayuda de emergencia a los granjeros indica la dimensión de la crisis. Y en lo que respecta al granjero individual, la ayuda ofrecida es a menudo dolorosamente inadecuada.
Lo que deduzco a partir de lo que han dicho varios granjeros de todo el país, así como de los aportes desde el exterior de científicos y granjeros, es que no hay duda acerca de que, según creo, esto es en enorme medida el resultado de aplicar métodos convencionales de agricultura. Han causado gran daño, especialmente aquí, en Australia.
Trascendiendo la agricultura convencional
A pesar de todo, ¿los métodos de agricultura que se han desarrollado en el último siglo no han sido ampliamente eficaces en aumentar el cultivo de más alimentos?
Es cierto que la mecanización y los fertilizantes artificiales nos han permitido aumentar considerablemente nuestra capacidad de producir alimentos. A primera vista, esto parece un avance sorprendente; mucha más comida a cambio de mucho menos trabajo. Pero lo que se vuelve más claro es que la agricultura industrial viola los ecosistemas naturales de los que dependen los seres humanos. Daña el terreno, a los animales y a nosotros, los consumidores. Y, tal como hemos visto aquí en Australia, llega un punto en que deja de funcionar.
Por ejemplo, tomemos el caso de la labranza intensiva. Arar, escarificar y gradar dejan expuesta al clima la biología del suelo, un recurso vital de nutrientes vegetales. La humedad se evapora, el suelo se erosiona y el carbono se pierde. En nuestro medio, nuestros suelos son vertisuelos, pesados, agrietados, arcillosos, muy propensos a la erosión. Una tormenta fuerte arrastra varios centímetros del mantillo del suelo cultivado, tal como vimos que sucedió en Danthonia durante nuestros primeros días de agricultura en Australia.
Junto con la industrialización llegaron los monocultivos, grandes extensiones de campo plantadas con una única variedad de cultivo. Cada granjero implementa la rotación de cultivos, pero cuando ignoramos la contribución que las diversas plantas hacen a la biología del suelo a través de la exudación de las raíces (hablaremos de eso más adelante) y nos descansamos en los fertilizantes sintéticos, que pueden eliminar completamente la exudación de las raíces, estamos matando nuestro suelo.
Después de la Primera Guerra Mundial, las enormes fábricas que habían estado produciendo sin parar nitrato de amonio para explosivos, de pronto, cerraron. Pero no por mucho tiempo, porque alguien descubrió que el nitrato de amonio era una maravillosa fuente de nitrógeno para las plantas. Pronto se encontraron sintetizando los tres nutrientes primarios para el crecimiento de las plantas —nitrógeno, fósforo y potasio— y vertiendo este abono NPK en los cultivos.
Y parecía que a las plantas les encantaba. Crecían más altas y rendían mejores cosechas. Pero el suelo sufría. En un ecosistema sano, las plantas viven en simbiosis con el suelo e intercambian azúcares por nutrientes. No nos dimos cuenta de que, al saltarnos el ciclo de los nutrientes a través del abono NPK, estábamos suprimiendo otros numerosos nutrientes y micronutrientes que entrarían a la planta y generarían un producto altamente nutritivo. Como resultado, ahora, por desgracia, tenemos cultivos deficientes en nutrientes. De hecho, unos estudios llevados a cabo por el investigador científico Donald R. Davis sugieren que podemos necesitar ingerir bastante más frutas y vegetales que nuestros abuelos para alcanzar los mismos beneficios nutricionales. Y hay pruebas contundentes que asocian estas deficiencias dietéticas a nuestros cada vez mayores problemas de salud.
Como si esto fuera poco, está el mejunje de químicos que hemos volcado en nuestro terreno a lo largo de años, con un conocimiento limitado acerca de los efectos tóxicos que estos químicos tienen en nuestro ecosistema y en nosotros. Nuestra dieta occidental se ha transformado en un sistema de suministro de químicos tóxicos. El glifosato (ingrediente clave del herbicida Roundup), de cuyo efecto carcinógeno hay cada vez más sospechas, está en todo, desde los cereales que comen los niños en el desayuno a las cervezas alemanas, algunas de las cuales han presentado un porcentaje trescientas veces más alto que el nivel legal permitido para el agua potable. Un estudio de 2016 concluyó que 93% de los estadounidenses tiene glifosato en su orina. ¿Hasta qué punto estos químicos agrícolas están contribuyendo al aumento de una amplia gama de enfermedades en los países occidentales, tales como trastornos autoinmunes, obesidad, diabetes, cardiopatía, infertilidad y autismo?
El riego intensivo es otro aspecto de la agricultura industrial que ha demostrado a menudo ser destructivo, especialmente aquí. Ha abierto oportunidades para la actividad granjera en terrenos que tienen un nivel inadecuado de precipitaciones. Sin embargo, estas áreas suelen tener altos niveles de sal en sus aguas subterráneas. A lo largo del tiempo y a través del riego, la sal acumulada en el suelo ha arruinado enormes extensiones de tierra de cultivo. Los acuíferos no dan abasto con nuestra insaciable necesidad de agua; por lo tanto, sobreviene una sequía permanente. En Australia, la agricultura representa entre el 50% y el 70% del consumo total de agua de la nación, pero solo el 3% de su PBI. Hace poco, los medios de comunicación australianos documentaron de forma amplia el desastre ecológico del sistema del río Murray Darling, causado en gran parte por la mala gestión del agua empleada en la agricultura.
La buena noticia, sin embargo, es que hay una forma de revertir esto. Podemos parar de destruir y comenzar a recuperar. Podemos trabajar con la naturaleza, de manera tal que, en esencia, la tierra se sane a sí misma. Se trata simplemente de adherir a ciertos principios que deben ser respetados. Para nosotros, aceptar estos principios tuvo sus dificultades. Pero ahora sabemos que hay pasos lógicos que debemos dar.
Explícanos cómo funciona realmente. Danthonia tiene un índice de precipitaciones similar al de sus vecinos y, sin embargo, aquí hay alimento para el ganado y agua en las presas, en tanto las granjas vecinas están resecas y los animales están muriendo de hambre. ¿A qué se debe esta diferencia tan marcada?
La respuesta es polifacética. Comencemos por considerar qué vuelve saludable un terreno.
Un indicador de la salud de un ecosistema es la capacidad de sus plantas para convertir la luz del sol en azúcares. Estos azúcares ayudan a las plantas a crecer y también son alimento para el suelo al transformarse en humus, esa sustancia en el centro del mantillo que conserva los minerales y los recursos, así como cuatro veces su propio peso en agua. A través de la actividad de las plantas, el humus y la materia orgánica del suelo se generan y así aumentan el carbón del suelo, lo que provoca que la tierra absorba y preserve más humedad. En lugar de fluir cuesta abajo por las laderas hasta el océano, la lluvia se queda en el terreno.
Los científicos calculan que, por cada punto porcentual de carbón en suelo presente, el terreno puede retener 140,000 litros de agua por hectárea. En Australia, el contenido promedio estimado de carbón en el suelo, medido antes del establecimiento de los europeos iba del 7% al 20%. Ahora el promedio está por debajo del 1%. Imagina si lo aumentáramos a un 5%, lo que aún está por debajo de los niveles previos a la llegada de los europeos. Cuatro hectáreas de tierra serían capaces de retener la cantidad de agua suficiente para desbordar una piscina olímpica.
Comprender esto es una cosa. Pero, ¿cómo hacemos para devolver el terreno a su estado saludable? Aquí en Danthonia, después de haber visto cómo el sobrepastoreo por parte de los arrendatarios dañó nuestras pasturas, entendimos que la respuesta involucraría el modo en que explotamos el ganado. A partir de ahí, conocimos el concepto de gestión holística del pastoreo y a su proponente, Allan Savory. Allan, natural de Zimbabue, es un ecologista, ambientalista y ganadero que se dedicó a investigar por qué el llamado sobrepastoreo estaba devastando los terrenos africanos cuando los rebaños estaban en un mínimo histórico. Finalmente, llegó a la conclusión de que la caza había diezmado a los depredadores que tradicionalmente habían forzado al ganado a permanecer junto para protegerse. Sus experimentos demostraron que, cuando el ganado permanecía agrupado para simular la habitual concentración de los rebaños, el terreno comenzaba a recuperarse.
Los ñus de la sabana africana o los búfalos de las Grandes Llanuras norteamericanas hicieron más que solo consumir y pisotear las pasturas a medida que se desplazaban en grandes rebaños bien apretados, acosados alrededor de sus bordes por leones o lobos. Más que eso, al acelerar el pastoreo en un área y enriquecerla con su abono antes de continuar su desplazamiento, lo que hicieron fue proveer las plantas de los medios para crecer en todo su potencial. Y sabemos que esas áreas eran fértiles; en los Estados Unidos se acumularon metros de mantillo de ese modo y luego fueron cultivados y arrasados durante los años del fenómeno conocido como Dust Bowl.
Eso, en pocas palabras, es gestión holística del pastoreo. Una vez comprendidos sus conceptos básicos, extrajimos nuestras herramientas para construir cercas y comenzamos a dividir nuestros grandes potreros en superficies más pequeñas, donde reuníamos más ganado durante períodos de pastoreo más breves. El pastoreo holístico requiere una planificación cuidada y un registro, así como el compromiso de trasladar el ganado con frecuencia, a veces, a diario. En mi opinión, es nuestra herramienta más poderosa para implementar el cambio y la recuperación del terreno. De eso se trata la agricultura regenerativa, como la llamamos.
¿Cómo ayuda eso a combatir los efectos de la sequía?
Alrededor de 2006, conocimos a un australiano llamado Peter Andrews, que ha dedicado cuarenta años de su vida a entender cómo recuperar el terreno. Peter es un genio por su habilidad para interpretar los terrenos y comprender cuáles son las funciones que se necesitan para recuperarlos. Desarrolló sus ideas en una infraestructura llamada Agricultura de Secuencia Natural.
Visité la granja de Peter en 2007, durante el pico de la Sequía del Milenio. Primero me llevó a la propiedad vecina y me mostró el arroyo que estaba completamente seco. Luego bajamos caminando hasta su propiedad. No demoraron en aparecer pozos de agua y terrenos inundables que reverdecían. Cuando llegamos al final de su propiedad, el arroyo se había transformado en un riachuelo que fluía. Era asombroso: en medio de un terreno seco y desértico fluía un riachuelo rodeado por densos árboles y arbustos, con una fauna abundante. Continuamos bordeándolo y nos adentramos en la propiedad contigua. A una distancia de apenas trescientos metros de la granja de Peter, arroyo abajo, el lecho estaba seco de nuevo. Nunca había presenciado una demostración tan descarnada de la relación entre el ecosistema local y el agua en el terreno. Fue una inspiración para nosotros, en Danthonia: si Peter Andrews puede hacerlo, ¿por qué no nosotros?
A partir del aporte de Peter, comenzamos a implementar la Agricultura de Secuencia Natural. Retiramos nuestro ganado de las zonas ribereñas para permitir que el arroyo se recuperara y para que creciera la vegetación a lo largo de sus márgenes y en el terreno inundable. En esas áreas, plantamos numerosos árboles. En tiempos de sequía esta vida vegetal ayuda a que el flujo del agua se enlentezca y también a capturar nutrientes. El objetivo es estimular la recreación natural de lagunas conectadas y juncales, tal como estuvieron aquí por milenios.
Estamos trabajando en las laderas más altas para imitar lo que otrora fueron funciones naturales. Para eso estamos construyendo márgenes de contención niveladas que puedan retener el agua cuando vengan lluvias fuertes. Cuando las márgenes se desbordan, unas aberturas estratégicas permiten que el agua se distribuya lentamente de manera tal que la tierra pueda absorberla. Los nutrientes arrastrados ladera abajo también se distribuyen de forma regular. Arroyo abajo plantamos árboles que puedan utilizar esos nutrientes, proporcionar sombra y contribuir a la biología del suelo. En nuestro valle, que drena hacia el arroyo, estamos desarrollando un sistema de lagunas y juncales y plantando árboles que enlentezcan el flujo del agua.
La comunidad ha plantado miles de árboles en las últimas dos décadas. ¿Por qué?
Hasta ahora hemos plantado cerca de cien mil árboles que traen todo tipo de beneficios. Los árboles obstaculizan el viento cuando atraviesa el terreno; a mayor velocidad del viento, más pérdida de humedad. Los árboles proporcionan hábitats y sombra. Donde haya árboles la tierra absorberá hasta sesenta veces más agua de lluvia que las pasturas. Sus raíces absorben los nutrientes desde las profundidades. Cada año, un árbol maduro deposita en el suelo un 7% de su biomasa completa, lo que beneficia a las plantas que alcanzan menor profundidad. Y son sencillamente hermosos.
Hemos plantado árboles estratégicamente, a menudo en franjas a lo largo de las crestas. Son una mezcla de variedades nativas y exóticas, con el fin de buscar la diversidad. Los cercamos para evitar que el ganado se acerque. Los árboles que plantamos hace quince años hoy tienen tal altura que el ganado y la fauna nativa pueden moverse entre ellos, disfrutando su sombra y depositando su estiércol y su orina en la parte alta del terreno donde los nutrientes pueden ser más beneficiosos a medida que el agua los traslada ladera abajo.
El regreso de los pájaros
¿Han notado cambios mensurables como resultado de las medidas tomadas?
¡Definitivamente, sí! Los pájaros son de los primeros indicadores de la salud de un ecosistema. Cuando los observadores de pájaros de Danthonia comenzaron a llevar la cuenta hace una década, registramos cerca de cien especies; hoy ese número está en ciento cincuenta y va en aumento. De las cincuenta especies nuevas, once están asociadas con humedales extendidos y saludables y con aguas abiertas, y quince con el aumento significativo de los árboles en flor y los arbustos. El resto está relacionado con la migración de especies y la calidad de vida mejorada en términos generales.
Hace tres meses, como resultado de la sequía, las márgenes de contención se secaron. Sin embargo, el césped es poroso bajo el suelo, y la pastura está verde y continúa creciendo. Esto enfatiza el hecho de que el lugar más eficaz para retener el agua está en el suelo. Recientemente comparé nuestros registros de agua de pozo con nuestra utilización actual. A pesar de las escasas lluvias, nuestros pozos tienen niveles de agua más altos que en las sequías pasadas. Se está reteniendo más agua en el terreno.
Hemos descubierto que el flujo de agua que ingresa en nuestro arroyo es de dieciséis litros por minuto. En el punto donde el arroyo sale de nuestra granja, ese flujo es de cincuenta litros por minuto. Incluso durante una sequía, el volumen de agua que volcamos hacia el terreno de nuestros vecinos ¡es tres veces mayor que el que recibimos! Se debe a que el agua es retenida en los niveles más altos de nuestra tierra y, con el tiempo, se desliza ladera abajo. Esto es muy estimulante y nos motiva a seguir trabajando.
Mencionaste antes la increíble pérdida de mantillo que padecen los terrenos australianos. Ese suelo se ha formado durante miles de años. ¿Cómo esperan recuperarlo?
Históricamente, algunos expertos han dicho que toma de trescientos a mil años formar unos centímetros de mantillo. Pero hemos aprendido que, en realidad, no sucede así. El suelo no se forma en primera instancia por la contribución del material orgánico de las hojas y demás. El mantillo orgánico saludable se forma a partir de la exudación de las raíces de las plantas, es decir, carbohidratos, vitaminas, ácidos orgánicos y otros nutrientes vertidos en el suelo por los sistemas de raíces de las plantas. De los azúcares creados a través de la fotosíntesis, de un 30% a un 40% se transfiere al suelo a través de las raíces a cambio de nutrientes. De este modo, las plantas nutren la biología del suelo: hongos, bacterias, microorganismos y micorrizas, asociaciones simbióticas entre las plantas y los hongos a nivel de las raíces. Estos se encargan de absorber el azúcar y convertirlo en humus, lo que constituye el mantillo.
Por lo tanto, el mantillo puede formarse con bastante rapidez, pero esto no sucederá si no hay una vida vegetal diversa. Esta diversidad es la clave y el modo en el que nosotros practicamos la agricultura tiene que ver con eso.
Es un área innovadora de investigación científica. Estamos aprendiendo que, a medida que aumenta la diversidad vegetal, se produce un desencadenante —llamado percepción de cuórum— donde el mantillo comienza a formarse rápidamente. ¿Cuántas especies de plantas se necesitan para un cuórum? Los microbiólogos dicen que cuantas más, mejor. Las diferentes plantas producen diferentes exudaciones de raíces y permiten el acceso a nutrientes del suelo específicos. Ha habido resultados positivos con una cantidad tan pequeña como doce especies, y ha habido un éxito más rápido con cuarenta.
Nuestras mejores pasturas nativas en Danthonia contienen entre quince y veinte especies. Estamos lejos de los cientos de especies que estos terrenos tuvieron alguna vez, todas formando una pastura rica en diversidad que permitió que el mantillo se formara y se mantuviera. Este mantillo retiene el agua y la libera durante la sequía. El desafío radica en que es duro hacer crecer una pastura diversa en un suelo pobre. Al esparcir el extracto de compost se introduce biología orgánica al suelo, pero esa biología luego lucha para sobrevivir. Así pues, estamos experimentando con un estimulante biológico, un cóctel de microbios y compuestos orgánicos que nutre e incentiva a los elementos orgánicos ya presentes en el suelo.
Una de las razones por las que estamos determinados a mejorar la flora a lo largo de nuestra propiedad es combatir la salinización. En Australia, cada lluvia agrega sal al continente: la sal no es barrida hacia el mar por la ausencia de sistemas de grandes ríos. Por lo tanto, se acumula y, a menos que sea eliminada, termina agotando el suelo. En épocas pasadas, los juncales pantanosos y una gama de otras plantas retenían el agua en el terreno. Esto creaba un espejo subterráneo de agua dulce que eliminaba la sal e impedía que aumentara al punto de dañar la biología del suelo. Estamos esforzándonos por volver a eso, pero necesitamos un suelo saludable para que suceda.
¿Dónde deja esto a los granjeros que confían en los cultivos para su sustento?
No puedo hablar desde la experiencia personal, porque en Danthonia dejamos los cultivos hace una década y convertimos la tierra en pastura. Pero hay modelos prometedores de métodos diferentes para cultivar la tierra. En el oeste de Australia, por ejemplo, Ian y Di Haggerty gestionan su granja sin aportes químicos. Hacen pastoreo intensivo del ganado, luego siembran trigo en esos mismos potreros. El trigo crece durante el invierno y es cosechado en primavera. Después de la cosecha, traen el ganado de vuelta. Al trabajar con ese ganado, pueden controlar las malas hierbas sin aerosoles químicos. El rendimiento de sus cultivos es menor al que tendrían si usaran fertilizantes sintéticos, pero el crecimiento les cuesta menos. Así que están saliendo adelante. Al mismo tiempo están generando carbón en el suelo y biología.
Agricultura regenerativa como una vía de progreso
¿Qué les dices a los granjeros que practican agricultura convencional y que están abiertos al cambio, pero quizá sienten que la transición es demasiado costosa?
Se trata de dar un paso a la vez. Si están criando ganado, que tomen medidas tendientes a la gestión del pastoreo intensivo. Si están cultivando, que busquen a granjeros que hayan tenido éxito con la agricultura regenerativa y aprendan de ellos. Les digo, también, que los primeros años de la transición pueden ser difíciles, pero los resultados hablan por sí mismos. Los costos bajarán, la naturaleza comenzará a sanar. El buen Dios ha diseñado un sistema natural que es extraordinariamente capaz de recuperarse de lo peor que le hayamos hecho.
¿Qué te gustaría que el gobierno australiano hiciera para apoyar a los granjeros?
Número uno: es una cuestión urgente que haya una implicación para llevar adelante un abordaje regenerativo. Necesitamos educar a los funcionarios para persuadirlos de cambiar algunos paradigmas de larga tradición, aunque dañinos. Número dos: necesitamos financiación del gobierno para ayudar a costear la educación de los granjeros y los gastos anticipados que conlleva la transición a la agricultura regenerativa; por ejemplo, la construcción de cercas necesarias para la rotación de pasturas.
Quizá el mayor punto de debate sea el uso del agua y su regulación. Las leyes actuales están diseñadas para facilitar la salida de la mayor cantidad de agua posible de la tierra hacia áreas de depósito desde donde puede ser usada para riego. Eso es contraproducente y necesita un cambio. Todo eso debe ser hecho con responsabilidad. El trabajo en equipo de científicos, políticos, burócratas y granjeros es esencial.
¿Has encontrado oposición a la agricultura regenerativa?
Por supuesto. Recientemente fui a nuestra tienda local y estuve hablando con el ingeniero agrónomo que se encuentra allí, alguien a quien conozco y con quien tengo trato desde hace años. Dije: “Ya no usaré herbicidas”. Solo se dio vuelta y se fue. Ese fue el final de la conversación. No puedo decir si la reacción se debió a una cuestión de dinero, pero el caso es que se gana la vida vendiendo herbicidas.
Tim Wright, un granjero que tiene su propiedad cerca de la nuestra, ha pasado veinticinco años recuperando su propiedad. Y ha tenido mucho éxito. Sin embargo, a pesar de ello, tiene vecinos que aún lo ignoran y es el blanco de bromas en su tienda local. ¡Los granjeros podemos ser un montón de testarudos, pero me gusta pensar que podemos trabajar en favor de nuestros intereses cuando nos abocamos a solucionar un problema!
Con el paso del tiempo, la comunidad Danthonia del Bruderhof se ha ganado la confianza de la comunidad aborigen local. ¿Hay alguna relación entre esto y su forma de llevar adelante la agricultura?
En Australia hay una tradición de empezar los actos públicos con una ceremonia llamada “Welcome to the Country”: una persona de la comunidad aborigen reconoce a los “custodios tradicionales” de la tierra en la que el acto se lleva a cabo y ofrece sus respetos a los ancianos actuales y a los pasados. Este concepto de custodia —de ser guardianes del terreno, para pasarlo a las futuras generaciones en mejores condiciones que aquellas que heredamos— es algo que hemos tratado de adoptar. Por lo tanto, según creo, es un punto de coincidencia con nuestros vecinos aborígenes.
Lo cierto es que lo que estamos haciendo en Danthonia para cuidar la tierra no es gran cosa. Por entusiasmado que esté con las medidas que estamos tomando y con la respuesta que está dando la naturaleza, es solo una pequeña parte de por qué vivimos en comunidad. Nuestro llamamiento es a vivir una vida de discipulado de Cristo y a seguir su camino lo mejor que podamos. Cuidar esta tierra es solo un reflejo de nuestro deseo de ser fieles a Cristo, quien ama a los niños, las flores del campo y los gorriones; quien se apiada de los enfermos y de los necesitados; cuyo corazón está con los desamparados y con los oprimidos. Esto impulsa nuestros esfuerzos tendientes a la hermandad y la comprensión hacia aquellos que viven a nuestro alrededor, particularmente hacia nuestros hermanos y hermanas aborígenes. Charles Massy —cuyo libro, Call of the Reed Warbler, es una lectura obligada para cualquiera que considere volcarse hacia la agricultura regenerativa—, lo dice bien: “No será hasta que nos reconciliemos con los pueblos originarios de la tierra y con la tierra misma que seremos capaces de ´arribar´ y pertenecer de verdad a este continente”.
La agricultura regenerativa tiene que ver, finalmente, con retomar la tarea que Dios les dio a Adán y a Eva en Génesis 2: para que guardasen la tierra que Dios creó como su jardín. Debemos comenzar con humildad, reconociendo que, en tanto consumidores occidentales, somos cómplices en el desastre ecológico global que la agricultura industrial ha creado. La avaricia y la demanda orientan los mercados y nos separan de la forma en que Dios quiere que vivamos. La agricultura tiene mucha responsabilidad al respecto, pero de verdad creo que la agricultura posee un tremendo potencial para recuperar nuestro mundo.
Quienes estamos dedicados a la agricultura necesitamos manifestar empatía hacia la tierra y los animales; hacia nuestro prójimo que vive al lado; hacia aquellos que están pasando hambre al otro lado del mundo; hacia las futuras generaciones; hacia todo lo que Dios creó. Nuestro corazón debe comprometerse tanto como nuestra cabeza y nuestras manos.
Hace poco, me recordaron las palabras del profeta Jeremías, quien vivió en tiempos desesperados: “Así dijo Jehová: ´Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, preguntad por el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma´” (Jr 6:16).
Todo lo que se requiere de nosotros es reconocer las encrucijadas, preguntar por las sendas buenas y antiguas y dar un paso en esa dirección.
Entrevista realizada el 11 y el 17 de enero de 2019, en la comunidad Danthonia del Bruderhof en Elsmore, Nueva Gales del Sur, Australia.
Traducción de Claudia Amengual
Johannes Meier es mayordomo de la granja de la comunidad Danthonia del Bruderhof, en Nueva Gales del Sur.